P0r : Mary Leisy Hernández
La primera noche dormí con un joven italiano, dos coreanas muy simpáticas y una entrada ciclista en años a la que apenas saludé al verla salir antes que el sol. Fue en la habitación de un albergue, previo a mis primeros pasos por el Camino de Santiago, peregrinación transformadora que siempre quise hacer.
Cada estancia en los albergues fue una sorpresa: no se sabe con quien se dormirá ni con lo que se encontrará, aunque te tomes el tiempo de reservar los mejores albergues de los pueblos por los que pasas cada día. Allí compartí con gente de todas las edades, de diferentes culturas y que en su caminar, tienen propósitos muy parecidos y muy distintos a la vez. Con muchos de ellos fue lindo coincidir luego en algún tramo del camino o en los pueblos.
En el camino se anda con lo básico: no hay muchos motivos para tener miedo a robo. No se anda con lujo ni hay espacio para mostrar nivel social. Allí cada uno anda en lo mismo y en lo suyo. Después de caminar entre 20 y 30 kilómetros cada día, cualquier cama se disfruta como la diseñada para la princesa más exigente.
Cada albergue merece una crónica. Son muchas vivencias: lavar la ropa en colectivo, cocinar en la misma cocina, cenar todos en la misma mesa… En todos puede haber ronquidos de desconocidos y gente que se levanta muy pronto. Si se quiere evitar, hay habitaciones individuales con precios más elevados. A mi juicio, demasiado confort puede hacer perder parte de la esencia de este histórico camino que tantos peregrinos hacen desde la edad media. Los albergues enriquecen el proceso de peregrinación.
albergues enriquecen el proceso de peregrinación.