Por Oscar Lopez Reyes
(y II)
Como contemplamos, morir aja y deshoja las almas, en una contracción, por el indescifrable e inconcebible acaecimiento, que se vuelve inaudito, injusto y necio. Y, en ese amor/pasión que se traduce en cariño/delicadeza, el finamiento bronca inevitable, por el agotamiento de los sistemas y órganos humanos, y porque evita una catástrofe humana.
En el foco de polémicas hipótesis y teorías aspiracionales, el universo rota en un movimiento y un cambio perseverante en la flora, la fauna y las comunidades, y se populariza el slogan que señala que el que no cambia, muere. El biólogo Charles Darwin especificó que «No es la especie más fuerte ni la más inteligente la que sobrevive, sino la que mejor se adapta a los cambi…
[9:29 a.m., 16/3/2025] Oscar Lopez Reyes: Morir, ¿por qué su importancia?
(y II)
Como contemplamos, morir aja y deshoja las almas, en una contracción, por el indescifrable e inconcebible acaecimiento, que se vuelve inaudito, injusto y necio. Y, en ese amor/pasión que se traduce en cariño/delicadeza, el finamiento bronca inevitable, por el agotamiento de los sistemas y órganos humanos, y porque evita una catástrofe humana.
En el foco de polémicas hipótesis y teorías aspiracionales, el universo rota en un movimiento y un cambio perseverante en la flora, la fauna y las comunidades, y se populariza el slogan que señala que el que no cambia, muere. El biólogo Charles Darwin especificó que «No es la especie más fuerte ni la más inteligente la que sobrevive, sino la que mejor se adapta a los cambios», en tanto que el filósofo Confució matizó que «Solo el más sabio o el más estúpido de los hombres no cambia nunca».
El planeta está amenazado, en un socavón sin precedentes: los recursos naturales se degradan, aumentan la deforestación y desertificación; los suelos se erosionan, nos abaten las emisiones de CO2 o dióxido de carbono a la atmósfera con efecto invernadero, el déficit de millones de litros de agua potable, de energía, petróleo, gas y carbón; por la desnutrición y los fallecimientos por la escasez de alimentos y enfermedades.
Además de las alteraciones medioambientales, las naciones más pobladas, la India (cuenta con mil 438 millones de habitantes) y China (tiene mil 411 millones de personas), confrontan agudos problemas demográficos, y como la biogerontología (subespecialidad de la gerontología) no ha podido detener los fallecimientos y los predios ya no alcanzan para tantos camposantos, como alternativas se intensifican los entierros ecológicos en ríos y mares.
Por el crecimiento poblacional, la escasez de tierras para construir cementerios y los elevados costos de la inhumación, en China es cada vez más frecuente el lanzamiento en el mar, desde las popas de barcos, de las cenizas de difuntos en urnas biodegradables, de arcilla marina y en bolsas. Los sepelios son gratuitos y masivos, y dos veces al día desde yates de tres metros arrojan a miles de restos humanos, acompañantes de parientes que arrojan pétalos de flores.
Pocos están sepultando los cadáveres cremados en tumbas familiares de cementerios donde reposan antepasados. Y prácticamente se han evaporizado la fosilización, la criogenización o criopreservación del cuerpo en vida y la momificación y embalsamiento de esqueletos, como los de monjes budistas y el ex presidente Mao Tse Tung, que yacen en museos.
Igualmente, en la India están incinerando los cadáveres junto a todas sus ropas y las cenizas son sumergidas en el famoso río Ganges, tenido como sagrado, y en otros afluentes que personifican deidades. Tradicionalmente, los hindúes han efectuado ritos funerarios y no entierran sus decesados bajo el entendido de que cuando las cenizas son esparcidas en el río, el océano o en una montaña donde sopla mucho viento, definitivamente que sus cuerpos no regresarás. También, buscan evitar que sus residuos lleguen a manos equivocadas, y que con sus cuerpos y objetos se practique el ocultismo y la brujería.
La muerte ducha provechosa cuando presenta como una oportunidad para otras personas. Se asemeja a un profesor que transfiere sus conocimientos a sus discípulos para que no se pierdan y sean útiles socialmente. Tarde o temprano se resquebrajarían los recursos renovables, posteriormente por la sobrepoblación se perforaría la naturaleza como la conocemos y solo quedaría un mundo lleno de construcciones.
Y después el hacinamiento crearía neurosis y psicosis extremas con sus inimaginables secuelas; se tendría que limitar la tasa de nacimientos, por lo que sería un mundo con habitantes muy viejos. Más adelante vendría la dificultad para adquirir los manjares, al no haber lugares cultivables; la cadena alimenticia terminaría y muy probablemente crecería la ausencia de pulso, de reflejos y la respiración visible.
Conforme se infiere, no hay escape para dejar de ser sujetos de derecho, por lo que tenemos que triturar la escondida tanatofobia o miedo al viaje sin retorno. Este se acerca, efímeramente, a un estado de anestesia quirúrgica y al período del sueño y reposo en la alcoba, como todas las noches. Suelte el egoísmo, ya que la muerte de verdad importantiza cuando así lo decida el destino, para que vuele como las cenizas en los ríos y océanos de China y la India.