Alejandro Santos

Por: Alejandro Santos

El inicio del segundo mandato de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos plantea múltiples interrogantes, derivadas principalmente de los pronunciamientos y políticas que ha adelantado. Entre las posibles implicaciones de su gestión se vislumbra el advenimiento de una nueva guerra comercial, un fenómeno que, según los analistas, podría sustituir parcialmente los conflictos bélicos actuales, como los de Ucrania y la Franja de Gaza, por enfrentamientos económicos.

Uno de los ejes principales que Trump ha sugerido para su mandato es la implementación de nuevas restricciones a las importaciones provenientes de México, Canadá y China. En concreto, se anticipan incrementos en los aranceles para productos de estos países, con el objetivo de reducir el déficit comercial de Estados Unidos y fortalecer la industria nacional.

En el caso de China, se contempla una intensificación de las medidas proteccionistas que ya marcaron su primer gobierno. Por ejemplo, en 2018, Trump impuso un arancel del 30 % a los paneles solares, 20 % a las lavadoras y aumentó los impuestos al acero y al aluminio en un 25 % y 10 %, respectivamente. Con este historial, es previsible que las tensiones comerciales continúen escalando, afectando no solo a las economías directamente involucradas, sino también al comercio global.

Trump justifica el aumento de aranceles y las restricciones al comercio en dos problemas prioritarios de su agenda presidencial: el control de la inmigración ilegal y el combate al ingreso de fentanilo en el país. Ambas cuestiones han sido identificadas como amenazas directas a la estabilidad económica y social de Estados Unidos. Según el mandatario, las medidas proteccionistas ayudarán a mitigar estas problemáticas, aunque el impacto real en la economía doméstica y las relaciones internacionales es motivo de debate.

Por otro lado, la guerra comercial con China no se reduce a una simple disputa económica; está en juego la supremacía por el liderazgo global. Estados Unidos ha visto aumentar su déficit comercial con China a más de 500.000 millones de dólares anuales, una cifra que contribuye al desempleo y a la deuda pública estadounidense.

La política exterior de Estados Unidos sigue siendo un actor central en el escenario global. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el país ha consolidado un extraordinario poderío económico y militar. Los acuerdos de Bretton Woods de 1944 sentaron las bases para el sistema financiero internacional, con el dólar como moneda hegemónica del comercio mundial, una decisión que catapultó a Estados Unidos como la principal potencia económica y tecnológica.

Este predominio permitió a Estados Unidos expandir sus intereses a nivel mundial, estableciendo una influencia política y comercial sin precedentes. No obstante, la búsqueda de mantener esta hegemonía ha llevado a Estados Unidos a enfrentarse no solo a potencias emergentes como China, sino también a tensiones internas que cuestionan la sostenibilidad de su modelo económico globalizado.

Durante la Guerra Fría, las relaciones internacionales estuvieron marcadas por el enfrentamiento ideológico entre Estados Unidos y la Unión Soviética, conocido como la “guerra fría”. Aunque el contexto actual es diferente, persiste una lucha por la supremacía global, ahora centrada en lo económico y tecnológico. En este nuevo escenario, la estrategia de Trump de promover guerras comerciales podría redefinir las reglas del comercio internacional y alterar los equilibrios de poder en el mundo.

En conclusión, el segundo mandato de Donald Trump parece estar configurando un panorama de crecientes tensiones económicas. La apuesta por una guerra comercial como herramienta para fortalecer la economía doméstica y afianzar la hegemonía estadounidense podría tener repercusiones profundas en la economía global, el empleo y las relaciones internacionales en los próximos años.

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