MIRANDO POR EL RETROVISOR

Por Juan Salazar

Ante el empuje de los medios online, plataformas digitales y redes sociales, los periódicos, agencias de noticias, televisión y radio, comúnmente etiquetados como “tradicionales”, siempre han tenido un estandarte para mantenerse a flote: la credibilidad.

El mundo ha sido testigo de cómo los medios impresos han ido perdiendo poco a poco audiencias, en medio del mayor flujo de información jamás visto en la historia de la humanidad, al alcance de un clip o un dedazo.

Cada día menos seres humanos tiran páginas para la izquierda, en un planeta dominado por un aparato que lo conjuga todo, ahora mucho más potenciado por las capacidades de la inteligencia artificial (IA): el celular.

Si se hace el ejercicio de preguntar en cualquier escenario por dónde se enteran las personas de las noticias, la gran mayoría dirá que por el móvil. Claro, con una generación, aunque cada día menor, que todavía valora la sensación del dedo en el papel y el olor a tinta.

El Covid-19, con el encierro y distanciamiento que trajo consigo, exacerbó el uso de las tecnologías de la información y comunicación para mantenerse enterado. En ese momento parecía el puntillazo que vislumbraba una realidad post pandemia poco halagüeña.

Pero la mayoría de los medios tradicionales lograron reinventarse y sobrevivir, aunque una buena parte no vislumbró la “alerta temprana” del Covid-19 y sucumbió a la poderosa sacudida que llegó hasta con tsunami.

Los medios impresos han encontrado la manera de dejarles el día a día a los digitales y centrarse en contenidos más allá de la inmediatez, incluso con las noticias reenfocadas para presentar a sus lectores explicaciones, causas y consecuencias, pero siempre celosos de la credibilidad como su mayor valor.

El término “credibilidad” proviene del latín “credibilis” y significa “cualidad de que se puede creer”. Aristóteles lo utilizó en su libro “Retórica”, un tratado escrito por el filósofo griego en el siglo IV antes de Cristo sobre el arte de la persuasión, y donde plantea tres claves para alcanzarla: Ethos (la credibilidad), Pathos (la emoción) y Logos (la razón).

Para los medios de comunicación preocupados por su prestigio, el pensamiento aristotélico mantiene una vigencia sorprendente.

El arte de persuadir, con el ánimo de sembrar en una persona determinado argumento o de cambiar sus convicciones sobre una realidad cualquiera, se asocia con mucha frecuencia en ese ámbito al engaño, la manipulación y la mentira.

Un medio de comunicación resulta creíble cuando se gana la confianza de las audiencias. Esa es la principal razón que impulsa a la mayoría de los lectores a confirmar a través de la prensa tradicional cualquier información que le genere desconfianza, recibida por redes sociales o cualquier otra plataforma digital. Y eso termina acrecentando también su autoridad para abordar diversos temas de interés colectivo.

Si un medio se forja una mala reputación con yerros, desmentidos y noticias falsas, pierde la capacidad de convencer.

En la lógica aristotélica, la credibilidad recae primordialmente en el emisor, en su capacidad de generar confianza, en el caso de los medios con sus contenidos informativos.

En la bulliciosa confusión que genera el flujo constante y profuso de información por los diversos recursos digitales -sin dudas un gran aporte a la democratización de la comunicación-, siempre serán valiosos la mesura, verificación y contrastación que históricamente han exhibido los medios tradicionales.

Con la visita a República Dominicana del opositor venezolano Edmundo González Urrutia y la posterior juramentación del presidente Nicolás Maduro para un nuevo período de gobierno que culminará en el 2031, vimos como a medios de gran prestigio no les importó hacer añicos su credibilidad con tal de aportar a un fin político.

Lo penoso fue leer horas después de que hasta la propia Machado desmintió que fuera golpeada y apresada, informaciones en que se presentaba todavía el hecho como real.AGENCIAS

Sé que con respecto a la situación en Venezuela ser antichavista genera mayores simpatías y aplausos, pero en medio de ese ruido manipulador, tergiversador y falaz que generan los bandos enfrentados en esa nación sudamericana, los medios tradicionales nunca deben perder de vista los pilares que sustentan el ejercicio periodístico apegado a la ética.

Cuando se informó sobre el apresamiento de la líder opositora María Corina Machado, luego de encabezar una manifestación contra la juramentación de Maduro, prestigiosos medios y agencias de noticias difundieron rápidamente la información sin comprobarla.

La noticia generó de inmediato una repulsa internacional de presidentes, exgobernantes y líderes políticos, quienes condenaron el atropello y la acción criminal contra la líder opositora.

Mientras eso ocurría, simples ciudadanos comenzaron a desentrañar la falta de credibilidad del audiovisual colgado en redes sociales, con sus comentarios sobre la “detención” de la líder opositora.

La mujer presentada como María Corina Machado en el vídeo vestía diferente, las personas que gritaban a su alrededor no hablaban español y el escenario no tenía el más mínimo parecido con el lugar donde ella encabezó la concentración opositora.

Pero ahí no está lo más grave del manejo informativo. Vamos a creer que reputados comunicadores de esos prestigiosos medios no identificaron esas inconsistencias que percibieron simples usuarios de redes sociales.

Lo penoso fue leer horas después de que hasta la propia Machado desmintió que fuera golpeada y apresada, informaciones en que se presentaba todavía el hecho como real, incluso con títulos como “Machado denunció un breve arresto y el gobierno la desmintió”.

Sobre Logos o la razón, muy ligada a la credibilidad, Aristóteles sostiene que para que un discurso sea sostenible tiene que apoyarse en evidencias sólidas.

En esta era digital de tanta desinformación, pero paradójicamente de audiencias cada día más críticas y sagaces, la publicación de informaciones verificadas y contrastadas resulta cada día más indispensable.

Una estudiante de comunicación social me preguntó recientemente por qué algunas plataformas digitales tienen más audiencia y generan más impacto que algunos medios tradicionales. La razón está en que, aunque sin cuidar la forma, se atreven a decir lo que otros callan. Además, manejan con mayor tino el perfil y las necesidades de las audiencias.

Y sí, les han ido comiendo los caramelos a medios tradicionales plegados a intereses políticos y económicos que terminan normando sus contenidos.

En medio de la actual barahúnda informativa, un periodismo con rostro humano, compromiso social y creíble, debe asumirse como sinónimo de supervivencia.

 

 

 

 

 

 

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