MIRANDO POR EL RETROVISOR
Por Juan Salazar
La semana pasada me sentía apremiado frente a un desorden y pedí la colaboración a una persona para resolverlo con mayor celeridad. Inmersa en el entretenimiento intrascendente generado por las redes sociales, me dijo: “Tómate un té de manzanilla”. Sintió que la molestaba pidiéndole ese apoyo.
Si creen que me molesté, amables lectores, están equivocados. Recordé el poema “Desiderata”, del escritor y filósofo estadounidense Max Ehrmann, convertida en una hermosa canción hablada por el locutor y actor mexicano, Jorge Lavat, cuyo contenido me ha ayudado tanto y en uno de sus estribillos reza: “Piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio”.
Debo revelarles que el silencio se convirtió durante el recién finalizado 2024 en una de mis principales armas para evitar guerras innecesarias. El primer ministro británico Winston Churchill dijo al respecto: “Nunca llegarás a tu destino, si te paras a tirar piedras a cada perro que te ladre”. He ido aprendiendo que algunas respuestas y discusiones es preferible evitarlas, porque al final no conducen a nada provechoso.
Así que me tomé un té de manzanilla endulzado con miel de abeja, me relajé y aplacé la solución del desorden que debía ser una tarea compartida, en lugar de acometerlo yo solo, como he hecho anteriormente en circunstancias similares.
El episodio lo traigo a colación porque regularmente como ciudadanos nos vamos acostumbrando al “nuevo orden” dentro del desorden, creando nuestras propias reglas de convivencia y una especie de nuevo contrato social, al mejor estilo del filósofo y escritor Jean Jacques Rousseau.
En su libro “A la vera de la noticia”, el periodista Miguel Franjul, en un capítulo titulado “Las grandes pasiones de don Rafael Herrera”, narra detalles sobre la vida del director histórico del Listín Diario. Y expone que, en una ocasión, su esposa doña Rosa contrató una persona para que ordenara y clasificara su biblioteca, con cerca de 10,000 libros. Desde ese momento, don Rafael, según cuenta Franjul, comenzó a pasar trabajo para encontrarlos, porque no se habituaba al ordenamiento. Aunque parezca paradójico, su orden estaba en el desorden, pero no afectada socialmente a nadie, era su espacio íntimo para la lectura y la meditación.
El problema se genera cuando como parte de la necesaria convivencia ciudadana se establece un “nuevo orden” dentro del desorden, como en el tránsito, para citar un ejemplo.
En medio del caos en las vías públicas, gran parte de los conductores imponen sus propias reglas en perjuicio de quienes procuran actuar correctamente: Cruzan semáforos en rojo, rebasan por la derecha, circulan a excesiva velocidad, se estacionan en lugares inapropiados, obstaculizan la circulación, abordan pasajeros donde sea, doblan a la izquierda o en “U” desde cualquier carril, en fin, instauran una retahíla interminable de violaciones, sin importar qué tipo de vehículo utilicen, aunque los de motocicletas se llevan los palmares.
Y poco a poco, nos vamos acostumbrando a ese “nuevo orden” dentro del barullo que, en muchos casos, se convierte hasta en fuente de ingresos. Porque pasa igual con los servicios públicos, se les paga a quienes tienen el deber de recoger la basura, a una brigada para que corrija una avería eléctrica, al agente para evitar una multa o que incaute una bocina y hasta al delincuente para que la zona se mantenga “fría”.
¿Cómo llegamos hasta ahí? Por esa actitud de tolerar el desorden que muchas veces inicia en el ámbito íntimo y termina extrapolándose al social. Y reconozco que, al final, terminamos más afectados quienes nos tomados esos asuntos “más a pecho”.
El 2024, de manera particular, me deja múltiples enseñanzas en ese aspecto. Mi compañero de labores Miguel Ángel Medrano me prestó y sugirió leer casi a final de año el libro “Los cuatro acuerdos”, del escritor mexicano Don Miguel Ruiz.
El cuarto acuerdo que propone el autor para romper con lo que denomina “domesticación social” que se nos impone desde la niñez es “Haz siempre lo máximo que puedas”, ni más ni menos. Y nos invita a reflexionar que, en ocasiones, lo máximo que podamos hacer tendrá como resultado una obra de gran calidad, pero en otras circunstancias no será tan bueno.
El autor plantea en el libro que en ese proceso de domesticación forjamos una imagen mental de la perfección para tratar de ser lo suficientemente buenos y aceptados por los demás.
El médico y escritor reflexiona que el sueño del planeta nace de miles de millones de sueños más pequeños, de sueños personales que unidos crean el sueño de una familia, una comunidad, una ciudad, un país, y finalmente, un sueño de toda la humanidad.
Pienso que cuando no permitimos fluir en el prójimo ese sueño individual, contribuimos a la mediocridad, la desidia, la irresponsabilidad y la indisciplina, porque terminamos asumiendo tareas ajenas por nuestro compromiso con la perfección. Y hasta sin proponérnoslo, castramos el descubrimiento de un talento oculto y de una potencialidad.
Unos días libres a final de 2024 me permitieron reflexionar sobre ese aspecto con miras a alcanzar en lo personal un 2025 2.0, siendo menos yo y permitiendo a las demás personas ser ellas, dejándolas asumir sus responsabilidades.
En esos días, entré a una heladería donde tenía pensado pedir lo habitual, un helado bajo en azúcar y acorde con esa excesiva preocupación que siempre tengo por lo más saludable. Pero rompí reglas, aunque sin renunciar totalmente al cuidado personal, pedí una combinación de fresa natural y chocolate. Y recordé ese otro estribillo de Desiderata: “En una sala disciplina, sé benigno contigo mismo”.
Mientras degustaba el delicioso helado sentí que había establecido un desorden dentro de mi orden, pero como don Rafael Herrera, en mi fuero interno, sin generar un daño social.
Medité también en las tantas veces que estuve sobrecargado a lo largo del 2024 por ser tan severo conmigo mismo, al punto de sacrificar necesarios momentos de descanso, ocio y relajación, algo que inevitablemente debe cambiar en el año que recién inicia por nuestra salud física y emocional.
Pues les cuento, amables lectores, con respecto a la persona citada al principio del artículo por su proverbial frase, sucedió que solo pasaron unas cuantas horas para que me reclamara por la falta de diligencia frente a un compromiso que suelo afrontar con prontitud.
Recordé en ese instante el final del libro “El coronel no tiene quien le escriba”, del escritor colombiano y premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez: “El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder ……”
Aunque no me tomó tanto tiempo y tampoco respondí al final con la palabra que usó el coronel en la ingeniosa obra de Gabo, le devolví a esa persona, de una manera serena, su sugerencia asimilada al pie de la letra: “Tómate un té de manzanilla”.
Lo que ignoro es si se lo tomó como yo, literal.