Por El Comité Editorial
Nueva York, 7 Nov. – Los votantes estadounidenses han tomado la decisión de hacer que Donald Trump regrese a la Casa Blanca, lo que pone a la nación en un rumbo precario que nadie puede predecir del todo.
Los fundadores de este país reconocieron la posibilidad de que algún día los votantes pudieran elegir a un líder autoritario y escribieron salvaguardas en la Constitución, incluyendo poderes para otras dos ramas del gobierno diseñadas para ser un control sobre un presidente que podría manipular y romper las leyes para servir a sus propios fines. Y promulgaron una serie de derechos —el más importante, la Primera Enmienda— para que los ciudadanos pudieran reunirse, hablar y protestar contra las palabras y acciones de su líder.
Durante los próximos cuatro años, los estadounidenses deben tener clara la amenaza a la nación y a sus leyes que supondrá su presidente número 47 y estar preparados para ejercer sus derechos en defensa del país y de las personas, leyes, instituciones y valores que lo han mantenido fuerte.
No se puede ignorar el hecho de que millones de estadounidenses votaron por un candidato que incluso algunos de sus partidarios más cercanos reconocen que tiene profundos defectos, convencidos de que tenía más posibilidades de cambiar y solucionar lo que consideraban los problemas urgentes de la nación: los precios altos, la afluencia de migrantes, una frontera sur porosa y unas políticas económicas que se han extendido de forma desigual por toda la sociedad. Algunos votaron motivados por una profunda insatisfacción con el statu quo, la política o el estado de las instituciones estadounidenses en general.
Sin embargo, independientemente de lo que haya impulsado la decisión de estos votantes, ahora todos los estadounidenses deberían estar alerta ante un gobierno de Trump que probablemente dará la mayor prioridad a la acumulación de poder sin control y al castigo de quienes sean percibidos como sus enemigos, dos cosas que Trump ha prometido reiteradamente. Todos los estadounidenses, sin importar sus partidos o sus ideas políticas, deben insistir en que los pilares fundamentales de la democracia de la nación —incluyendo a los mecanismos de control constitucionales, los fiscales y jueces federales justos, un sistema electoral imparcial y los derechos civiles básicos— sean preservados contra un ataque que él ya ha comenzado y que ha dicho que continuará.
A estas alturas, no puede haber malentendidos sobre quién es Donald Trump y cómo pretende gobernar. En su primer mandato y en los años posteriores nos demostró que no respeta la ley, y mucho menos los valores, las normas y las tradiciones de la democracia. Al tomar las riendas del país más poderoso del mundo, su única motivación evidente es la búsqueda del poder y la preservación del culto a la personalidad que ha construido en torno a sí mismo. Estas tajantes conclusiones son llamativas en parte porque no solo las sostienen sus críticos, sino también aquellos que trabajaron con él de manera más cercana.
Somos una nación que siempre ha superado las pruebas con sus ideales intactos, y a menudo reafirmados y aguzados. Las instituciones de nuestro gobierno, fortalecidas tras casi 250 años de disputas, agitación, asesinatos y guerras, se mantuvieron firmes cuando Trump las atacó hace cuatro años. Y los estadounidenses saben cómo contrarrestar los peores instintos de Trump —acciones injustas, inmorales o ilegales— porque lo hicieron, una y otra vez, durante su primer gobierno. Funcionarios públicos, miembros del Congreso, integrantes de su propio partido y personas que él nombró para altos cargos se interpusieron con frecuencia en los planes del expresidente, y otras instituciones de nuestra sociedad, incluida la prensa libre y los organismos independientes encargados de hacer cumplir la ley, lo hicieron rendir cuentas ante el público.
Trump y su movimiento prácticamente se han apoderado del Partido Republicano. Sin embargo, también es importante recordar que Trump no puede postularse para otro mandato. Desde el día en que entre en la Casa Blanca, será, de hecho, un presidente saliente. La Constitución lo limita a dos mandatos. El Congreso tiene el poder —y para algunos republicanos ambiciosos, quizá el incentivo político— de trazar un rumbo que se aparte de la agenda antidemocrática de Trump, si decide seguirlo.
Los gobernadores y las legislaturas de todo el país han pasado meses reforzando sus leyes y constituciones estatales para proteger los derechos y libertades civiles, como el acceso a la atención médica reproductiva y de afirmación de género. Incluso estados que votaron de manera abrumadora por Trump, como Kentucky, Ohio y Kansas, han rechazado las posturas más extremas sobre el aborto. Otras instituciones de la sociedad civil estadounidense desempeñarán un papel crucial para desafiar al gobierno de Trump en los tribunales, en nuestras comunidades y en las protestas que seguramente volverán.
El resto del mundo también tiene claro quién es el líder que pronto volverá a representar a Estados Unidos en la escena mundial. Los países de la alianza de la OTAN se escandalizaron, durante el primer gobierno de Trump, ante su voluntad de socavar esa larga y valiosa asociación. Pero las naciones europeas, desafiando las predicciones de Trump, no solo se unieron a Estados Unidos ante la invasión rusa de Ucrania, sino que ampliaron sus filas hasta la misma frontera de Rusia.
Para el Partido Demócrata, la acción de retaguardia como oposición política no será suficiente. El partido también debe analizar a profundidad por qué perdió las elecciones. Tardó demasiado en reconocer que el presidente Biden no era capaz de postularse para un segundo mandato. Tardó demasiado en darse cuenta de que gran parte de su agenda progresista estaba alejando a los votantes, incluidos algunos de los más leales partidarios de su partido. Y los demócratas llevan ya tres elecciones luchando por encontrar un mensaje convincente que resuene entre los estadounidenses de ambos partidos que han perdido la fe en el sistema – lo que empujó a los votantes escépticos hacia la figura más evidentemente disruptiva, a pesar de que una gran mayoría de los estadounidenses reconoce sus graves defectos. Si los demócratas quieren oponerse eficazmente a Trump, debe ser no solo a través de la resistencia a sus peores impulsos, sino también ofreciendo un panorama de lo que harían para mejorar la vida de todos los estadounidenses y responder a las ansiedades que la gente tiene sobre la dirección del país y cómo la cambiarían.
La prueba para los miembros de este nuevo Congreso comenzará poco después de que tomen protesta. El presidente electo ha prometido rodearse en su segundo mandato de colaboradores dispuestos a prometerle lealtad, que estarán dispuestos a hacer todo lo que les ordene. Pero un presidente necesita que el Senado apruebe muchos de esos nombramientos. Los senadores pueden impedir que los candidatos más extremistas o poco calificados ocupen puestos en el gabinete, como los de secretario de Defensa y fiscal general, así como puestos en la Corte Suprema y en la judicatura federal. Pueden actuar para impedir que candidatos claramente no aptos ocupen cualquier puesto de poder. El Senado lo hizo en 2020, cuando bloqueó los intentos de Trump de asignar a personas no calificadas en el consejo de la Reserva Federal, y la cámara no debería dudar en volver a hacerlo.
Tal vez la responsabilidad más importante recaiga en todos aquellos que servirán en un segundo gobierno de Trump. Aquellos que él nombre como fiscal general, como secretario de Defensa y para otros altos cargos de liderazgo deben esperar que él pueda pedirles que lleven a cabo actos ilegales o violen sus juramentos a la Constitución en su nombre, como lo hizo en su primer mandato. Les instamos a reconocer que, sea cual sea el juramento de lealtad que les exija, su primera lealtad es hacia su país. Enfrentarse a Trump es posible, y es el deber de todo servidor público estadounidense cuando sea apropiado.
Sin embargo, la responsabilidad final de garantizar la continuidad de los valores perdurables de Estados Unidos recae en sus votantes. Quienes apoyaron a Trump en estas elecciones deberían observar de cerca su conducta en el cargo para ver si coincide con sus esperanzas y expectativas, y si no es así, deberían dar a conocer su decepción y votar en las elecciones intermedias de 2026 y en las de 2028 para volver a encarrilar el país. Quienes se opusieron a él no deben dudar en hacer sonar las alarmas cuando abuse de su poder, y si intenta utilizar el poder gubernamental para tomar represalias contra sus críticos, el mundo estará observando.
Benjamin Franklin advirtió célebremente al pueblo estadounidense que la nación era “una república, si pueden conservarla”. La elección de Trump supone una grave amenaza para esa república, pero no determinará el destino a largo plazo de la democracia estadounidense. Ese resultado sigue estando en manos del pueblo estadounidense. Es el trabajo de los próximos cuatro años.
El Comité Editorial está conformado por un grupo de periodistas de opinión cuyos puntos de vista se basan en su experiencia, investigación, debates y unos valores muy arraigados. Es independiente de la sala de redacción.
sin desperdicio este editorial del The New York Times
Lamentyablemente e ai
Lamentablemente así es