Por: Oscar López Reyes

En la capital -un sábado por la mañana- el diputado se desabotonó la apretada correa del pantalón, se echó hacia un lado su voluminosa barriga y emprendió viaje hasta su pueblo, contando jubilosamente sus excesos en la comida y presagiando su pronta despedida del espacio terrenal. A la entrada municipal, vimos que detrás de su yipeta nos escoltaban motoconchistas que ondeaban la bandera del partido del legislador, y a cada metro se sumaban más y más conductores de máquinas de dos ruedas.

“¡Esta es la primera demostración de todo lo que tú vas a ver en las próximas horas!”, susurró el diputado a su acompañante periodista, como una advertencia para que no incurriera en el error de lanzar una candidatura legislativa, “regalando libros y dictando charlas”. Los motoristas flotaban el lienzo y seguían la yipeta porque a cada uno de ellos les hacía una rebaja sustancial en una estación de gasolina propiedad del susodicho político.

Al poco rato, escuchamos vibrantes aplausos en una farmacia, donde pagó 92 mil pesos por conceptos de medicamentos entregados a miembros de su partido y a otros ciudadanos. A tres cuadras, entramos a una funeraria a liquidar una deuda de 81 mil pesos, contraídas a nombre del parlamentario por el velatorio de personas con carencias económicas.

El asambleísta gordiflón tenía un equipó político que analizaba necesidades y requerimientos. A unos complacían a medias y a otros en su totalidad. Solía salir de las sesiones en las cámaras legislativas para expresar -telefónicamente- pésames a familiares de expirados.

Después del mediodía acudimos a un restaurant, el de más categoría de la ciudad. Giró un cheque por 83 mil pesos, para cubrir almuerzos y cenas de miembros de su equipo y dirigentes de su organización, una oportunidad para también disfrutar deliciosamente de los manjares.

“Soy diputado, volveré a repetir y luego seré senador”, apostilló y con elocuencia acentuó que su competidor a la cámara baja quería desplazarlo dando textos y ofreciendo datos históricos. “¡Ja, ja, ja!” Y a seguidas profetizó que años después pasará a los brazos del Señor. Reconocía, rebosante de humor, que no les hacía caso a la hipertensión, a la diabetes, al colesterol ni a otros achaques.

“Si tú aspiras, te darán una paliza, porque vas a querer llegar regalando libros y dictando conferencias. No tienes madera para alcanzar una curul; no pierdas tu tiempo, y te lo digo porque te aprecio y respeto”, reiteró. Nos invitó a su comunidad para que viéramos cómo es que se triunfa en una elección provincial.

A su lado, en el asiento delantero de su automóvil, en el camino de regreso por una conocida autopista, tuvimos la confianza de preguntarle, en un lenguaje adornado, cómo cubría los gastos, que en un mes ascendieron a más de 250 mil pesos -sin otros operativos- cuando -a principios del siglo XXI- un diputado devengaba 50 mil pesos.

Nos respondió que en su campaña política invertía las ganancias que obtenía de cerca de una docena de negocios, entre ellos numerosas bancas de números, dos estaciones de combustibles, tres dealers, un centro mayorista de maderas, una tienda de ventas de armas de fuego y una oficina de legalización de documentos.

En ningún momento refirió el sueldo fijo que percibía, como tampoco los ingresos por viáticos por sesión en el Pleno, vales por despensas, cupones de alimentos, los gastos de representación, de comida y bebidas; seguros médicos, colectivo de vida y funerarios; los cobros por sesiones en las comisiones de trabajo (muchas veces sin asistir), transporte, hoteles, celulares y combustibles. Descuellan el otorgamiento de dos exoneraciones abiertas para la importación de vehículos (generalmente son vendidas) durante el período legislativo de dos años y los beneficios del Instituto de Previsión Social del Congresista y el Fondo de Gestión Social (“Barrilito”), cuya transparencia ha estado en cuestionamiento.

Tres periodistas se acomodaron en la yipeta: Frank Peña Tapia (E.P.D.), José Alberto Sánchez (Sanchito, E.P.D.) y José Bujosa Mieses. Cuando nos despidió en la casa nacional del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), dos de ellos, que trabajaron en la Cámara de Diputados, comentaron que los más abultados ingresos de nuestro anfitrión provenían de los contratos para aprobar u obstaculizar proyectos de leyes. Era el muy sonado y desconocido diputado del maletín, que “billeteaba” a una red de diputados y senadores.

¡Oh, Dios mío!, ¿será verdad que los emolumentos también salían de la falsificación de documentos inmobiliarios? Incrédulos contactamos al titular de la Dirección de Registro de Títulos, que confirmó que, por ese delito, había sido sometido a la Justicia varias veces.

El pintoresco personaje obró como un oráculo: acertó cuando predijo que iba a repetir como diputado, a ser senador y a trotar hacia el infinito pocos años después. Su extinción física fue reseñada por los diarios. Pero, no profetizó que sería reencarnado, con facetas más extendidas, por futuros colegas (pertenecientes a diferentes partidos), que serían involucrados por el Ministerio Público en actividades ilícitas, como consta en los medios de comunicación.

El presidente Luis Rodolfo Abinader Corona está planteando la reducción de la matrícula de la Cámara de Diputados de 190 a 138 (53 escaños menos), que estimamos representaría un ahorro de más de 500 millones de pesos mensuales. En vez de montar oposición, tienen que reaccionar en la cacerola de la conformidad, por la brevedad de la proposición presidencial, y ponderar la aprobación de otras reformas.

La República Dominicana salta como uno de los países con más parlamentarios per cápita, que les salen altamente dispendiosos. Se calcula que representan un gasto de unos 25 millones de pesos diarios, emanados de los recaudos de los impuestos de los ciudadanos.

Con las manos sueltas, los congresistas legislan para provecho propio, quebrantando la Constitución. Proceden como chivos sin ley, sin el más mínimo control de los partidos políticos. ¿Por qué a ellos estas instancias no les trazan líneas ni les reclaman la rendición de cuentas? ¿por qué no auspician el establecimiento de requisitos mínimos para los candidatos, como los ético-morales y formativos? ¿están los intereses de los diputados por encima de los de los electores y las organizaciones que los postulan?

Los nuevos congresistas que, hermoseados de honradez, ganaron con el pañuelo de la dignidad, están compelidos a marcar la diferencia con aquellos esperpentos que avergüenzan hasta las butacas en las cuales posan sus ancas. Y ahora que la Presidencia y el Ministerio de Obras Públicas no llenan los bolsillos a legisladores de los maletines, se esboza la “opportunity” para sancionar reglas jurídicas por la colectividad, y no por utilidades mercuriales!

 

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