Por: Oscar López Reyes

simboliza, auténticamente, el pluralismo con justicia social. Se legitimó en 13 limpios certámenes en un liderazgo vanguardista en Venezuela, a contracorriente de Nicolás Maduro, quien sombríamente ha empujado a cerca de ocho millones de nacionales por disímiles laberintos latinoamericanos y adulteradamente intenta proseguir mandando. Se ha lanzado contra viento y marea, como un desbocado caballo con anteojeras, y lastimados los respetables nexos históricos entre la República Dominicana y Venezuela.

Apena que jóvenes indignados y confundidos estén derribando bustos de Chávez Frías, cuyo fallecimiento causó tribulación, dolor y llanto en Venezuela, República Dominicana, América Latina y el mundo aquel 5 de marzo de 2013 cuando se anunció que físicamente había sucumbido ese ser humano solidario, revolucionario de estirpe democrática, humanista y popular líder que inició la transformación del modelo de marginación social de su país.

Ciertamente que expiró en su afán por seguir disminuyendo la desnutrición infantil y la pobreza, por incorporar a más niños y jóvenes a las escuelas, por el fortalecimiento de los programas médicos, deportivos, culturales, el trabajo y la vivienda, por lo cual fue validado en 13 asambleas populares: elecciones presidenciales, referéndums y consultas nacionales.

Con una visión geopolítica e internacionalista extraordinaria, Chávez fomentó, inspirado en el ideario de Simón Bolívar, la confraternidad, la cooperación y la integración de los territorios de América Latina, vía el Acuerdo de Petrocaribe, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba) y otros novedosos organismos.

Refería, con jovialidad y orgullo, que conoció a la República Dominicana en 1980, cuando vino a jugar béisbol, y que se enamoró de esta tierra y su gente. Repetía que nunca olvidaba el río Ozama, a los amigos del sector Los Mina, el merengue, la alegría y los sueños de los dominicanos.

Al presidente Chávez lo envenenaron con un fármaco especial que provoca enfermedades crónicas e induce a un cáncer, que le fue suministrado por la enfermera de su cuerpo de seguridad Claudia Patricia Díaz Guillén -quien ahora está protegida en Estados Unidos-, conforme con un examen forense y testimonios de médicos cubanos, así como del área radiológica, química y biológica de las Fuerzas Armadas Rusas.

Dejó como sucesor a Nicolás Maduro y como herencia al Chavismo promotor del socialismo del siglo XXI, que en poco tiempo, y en su honor, ha dado 10 pasos hacia atrás. Democrática y económicamente, Venezuela ha retrocedido, en la nostalgia de recordar las décadas de 1960 y 1980, cuando los dominicanos emigraban a esa Nación sudamericana, y no a Nueva York.

Desde un principio, Maduro atrajo la controversia más feroz. Todos los países de América Latina, menos Panamá, se solidarizaron con el presidente Maduro, en un resonante triunfo para Venezuela, amenazada por una oposición que lucía irracional y afectada por un modelo social que demandaba correctivos.

Canadá y Estados Unidos, que por abajo promovían una salida subversiva en la patria del gran Chávez, expresaron su inconformidad por el contundente rechazo de los embajadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) a la violencia y su respaldo a la continuación del diálogo y la reconciliación.

En Venezuela primero se escenificaron protestas estudiantiles o guarimbas, incendiando propiedades públicas y atacando a tiros a policías y militares, para provocar muertes y formular acusaciones ante los derechos humanos. Luego los rivales exhibieron sus afiladas muelas: reclamaron la renuncia del presidente Maduro.

El diálogo por la paz que auspició el presidente Maduro no logró recuperar las inversiones, bajar la inflación, conjurar la escasez de productos, equilibrar las finanzas públicas ni reconstruir el aparato productivo, que recibió pinchazos con Chávez y hoy acusa un deterioro sin precedentes. Este fracaso perfora a los venezolanos.

Para conjurar las guarimbas y otras protestas, Maduro no cedió ni un ápice en la marcha del viejo socialismo, que hasta Cuba lo está cambiando, ni tampoco copió del líder revolucionario ruso Vladimir Lenin, quien publicó el libro Dos pasos hacia delante y uno hacia atrás.

Maduro ha sido mal aconsejado. No ha emulado a los jefes de gobiernos cercanos al socialismo del siglo XXI, como los esposos Néstor Kirchner y Cristiana de Kirchner en Argentina, Michelle Bachelet en Chile, Inacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y José Mujica en Uruguay, que han respetado la voluntad popular y transferido la silla presidencial a triunfadores electorales.

El autócrata venezolano se ha perdido, junto a un equipo de teóricos que suelen postular por Telesur, en la interpretación de la dinámica histórica. Yerra si pretende imitar a Vladimir Putin, quien gobernará hasta el 2030 (en el 2024 “ganó” sin ningún contrincante) a un imperio, el ruso, tan impetuoso como el norteamericano. Este tirano cuenta con un sólido poderío -superado solo por el de Catalina La Grande- y una estructura político y militar tan bien orquestada que envenena a periodistas y a competidores comiciales sin dejar rastros aparentes.

Falla, por igual, cuando quiere emular a Cuba, que tiene una dominante influencia en la población, patrimonio intangible de una innegable tradición revolucionaria, inculcada por la indudable mística de Fidel Castro, una inspiración histórica de los pueblos latinoamericanos y tercermundistas. La nación caribeña ha transitado por un sostenido y prudente proceso de cambios para sobrevivir a un inhumano bloqueo de Estados Unidos, brote de la animadversión, el resentimiento y el dolor de no haber podido matar a Fidel Castro.

En fin, por el dogmatismo intransigente y la ausencia de ecuánime objetividad, Maduro está tirando por la borda el ideario y el legado de Chávez; ha masacrado y dividido a los venezolanos, deslustrado el socialismo, fragmentado a la izquierda latinoamericana y se encamina hacia el abismo. Aunque a sangre y fuego momentáneamente sofoque las protestas internas, por las presiones externas y el aislamiento internacional tendrá que levantar los brazos en señal de derrota, y tomar un avión rumbo a un país amigo que lo acogerá con beneplácito, para tranquilidad de Venezuela, que merece volver a trillar la senda de la democracia y el progreso socio-económico.

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Periodista, mercadólogo y catedrático.

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