Por Felipe Román
Amable lector, el personaje bíblico Jacob tuvo varias situaciones conflictivas en el transcurso de su vida, una de ellas con su suegro Labán, porque se enamoró de Raquel, una de sus hijas. La Biblia tiene una manera exquisita, para decir que una mujer no es hermosa, sin usar la palabra “fea”.
Veamos: «Y Labán tenía dos hijas: el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor Raquel. Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer». (Génesis 29:16-17). Ese “pero”, usado en el versículo, aunque procura resaltar la hermosura de Raquel, en realidad transmite que Lea no era tan atractiva, debido a un trastorno físico en sus ojos (delicados). Quien esto escribe cree que Lea era bizca (estrabismo).
En cuanto a Labán, además de suegro, era tío de Jacob vía su madre. El asunto es que Jacob le dijo a Labán que estaba enamorado de Raquel. Este le responde que se la daría en casamiento si trabajaba prácticamente gratis para él durante siete años. Jacob acepta y al cumplirse los siete años, Labán hace una gran fiesta de bodas y se asegura de que Jacob se emborrache, pero incumple su promesa y lo engaña dándole a Lea, quien tenía cubierto el rostro.
Jacob tuvo que trabajar otros siete años para que Raquel también le fuera entregada por esposa. En total, Jacob sirvió durante más de veinte años a Labán, sin embargo, la relación era muy traumática, porque su suegro le cambiaba varias veces su salario, perjudicándolo. Aun siendo así, Jacob por medio de su sagacidad logró luego de todos esos años hacerse un hombre muy rico.
Pero la prosperidad también puede acarrear consigo situaciones problemáticas y sumamente estresantes. Y ese es el caso de Jacob, porque sus cuñados en el trato hacia él no ocultaban su disgusto, porque estaban convencidos de que esa riqueza era parte de la herencia que les tocaría a ellos, y por esa razón no disimulaban su enojo con Jacob. A esto se unía que su suegro también le trataba de una manera fría y áspera.
Jacob era un hombre timorato. Y precisamente, por ser tímido, comenzó a sentirse paranoide -creía que sus cuñados, o el propio Labán podrían golpearlo hasta matarle, para apoderarse de todo lo que él tuviese de valor. Y ese estado de angustia constante, provocó que padeciera insomnio y un estrés permanente.
Eso llevó a Jacob a hablar con sus esposas para explicarles que había decidido volver a su tierra y deseaba saber si ellas le acompañarían, o preferirían quedarse con su padre y sus hermanos. Es probable que, al llegar a estas alturas del relato, usted haya reaccionado sorprendido (a), porque Jacob tiene dos esposas -después del engaño de lo de Lea, logró casarse con Raquel-. Pero eso que a usted podría parecerle chocante, en realidad era completamente normal para ellos, debido a que desde los albores de la humanidad existió la poligamia, pero cómo esta sucumbió ante la monogamia, será explicado en una publicación futura, haciendo una fina disección de ese tema.
Veamos cómo Jacob les dice a sus esposas lo que sería un gran sacrificio para ellas: «Vosotras sabéis que con todas mis fuerzas he servido a vuestro padre; y vuestro padre me ha engañado, y me ha cambiado el salario diez veces; pero Dios no ha permitido que me hiciese mal». (Génesis 31:6-7).
Jacob era tímido para pelear, no así para lograr encandilar con sus palabras y sus gestos suaves
Jacob era tímido para pelear, no así para lograr encandilar con sus palabras y sus gestos suaves, por lo que, al finalizar su exposición ante sus esposas, ambas le aseguraron que se irían con él a su tierra junto a sus hijos.
Algún lector quisquilloso podría pensar que al llegar a este punto del relato usaríamos una famosa expresión que suele aparecer al final de muchos cuentos: «Y vivieron para siempre felices, comiendo perdices».
Aunque eso podría parecer muy bonito e ideal para finalizar, en realidad no la usaremos, porque ahora daremos sentido a que el título de esta publicación esté entre comillas. Eso se debe a que, del mismo modo que las monedas tienen dos caras, ese final feliz para Jacob, pudo haber sido completamente diferente. Porque, aunque reconocemos que es muy bonito, loable, romántico, admirable y hasta sublime, poder percibir que tanto Raquel como Lea, decidieron apoyar a su marido. Aún así, es importante destacar que esa decisión podía ser fácilmente predecible, no tan solo porque eran sus compañeras y las madres de sus hijos, sino especialmente porque la persona que estaba pidiendo apoyo era sumamente rica (Génesis 30:43). Y aunque no es nuestro propósito restar méritos a Raquel y Lea, pero también debemos reconocer que existía la posibilidad de que sí Jacob les hubiese pedido apoyo para regresar a su tierra, pero presentándoles a ellas un futuro distinto al que ya conocemos, de extrema pobreza, en lugar de la abundancia de vivir con una persona muy rica, entonces la reacción positiva de ellas, pudo haber sido diferente. Por ejemplo, sí él les hubiese dicho: «Que no visualizaba como podrían prosperar quedándose a vivir con su padre, porque este lo engañaba de manera repetitiva con su salario, y otras maneras de abusar de él. Y que por esos motivos no había podido ahorrar ni un céntimo, pero que en su tierra iniciarían de nuevo.
Esa explicación tan poco alentadora pudo provocar un diálogo más o menos parecido al siguiente, veamos: Jacob: Amada Lea, es mi deseo que por ser tú la mayor me respondas primero. Lea: Debo agradecerte que por primera vez me des un trato preferencial y que uses la palabra amor, aunque sea de manera «teatral». ¡cuánto hubiese dado yo por oír de tus labios esa palabra y sentirte sincero! Pero debo decirte con profundo dolor reprimido, que durante más de veinte años viviendo contigo, he sido tratada por ti con gran menosprecio. Tú me tratabas con distancia, con marcada indiferencia. Y te vanagloriabas demostrándole muy claramente y con arrogancia a todo el mundo, que todo tu amor era para Raquel. Entonces ahora, que tú reconoces estar pobre y prácticamente sin esperanzas de progreso, te sientes hastiado, aburrido y triste. Entonces vienes a hablarme con palabras melosas, con aparente humildad y usando de manera vana la palabra amor, para que te acompañe con mis hijos, para ir a una tierra que desconozco. Así que te respondo con firmeza irrevocable: Que no cuentes conmigo para esa loca aventura, porque no voy a exponer a mis hijos a un futuro que se visualiza muy peligroso y de pobreza extrema. Por tal razón lo que debes hacer es convencer a Raquel de que te acompañe porque ella ha disfrutado de todos tus mimos y diferentes manifestaciones de amor. Jacob reaccionó con un estado de conmoción afectiva, porque jamás imaginó una respuesta como esa de la mujer que diariamente decía que lo amaba.
Pero como el momento era apremiante. Se repuso rápidamente y le dijo a Raquel: ¡Querida Raquelita de mi alma! ¿y tú? ¿qué me dices?
Raquel: Lo que te voy a explicar será complicado, difícil de asimilar para ti. Debido a que las mujeres tenemos el problema de que nuestra vida cotidiana puede parecer sencilla y muy fácil para los demás, pero realmente es bastante complicada. Por ejemplo, nosotras podemos pasar mucho tiempo aparentando que somos felices, pero la realidad puede ser muy distinta… En mi caso, y estoy consciente de que tú estás esperando escuchar palabras almibaradas de mis labios, que alivien la angustia visible que sientes. Pero lo cierto es que he tenido que sufrir callada y secretamente un inmenso dolor que me taladra el alma diariamente, provocado por la misma persona que pregona a los cuatro vientos, el gran amor que dice sentir por mí. Jacob: Raquelita, excúsame que te interrumpa, pero te pido que por favor hables más claro, porque de la manera que estás hablando, no estoy entendiendo nada.
Raquel: Sí me hubiese dejado terminar, habrías podido entender que quiero decirte. Hay dolores que a las mujeres nos dejan el alma vacía, y que por más esfuerzos que hacemos para curarlos, se nos hace prácticamente imposible poder sanar el alma rota.
Jacob: por favor, dime ya cuál es tu decisión, porque me está matando la impaciencia y la angustia.
Raquel: El dolor incurable que llevo en mi alma, fue ocasionado por ti, cuando yo estaba en un estado de desesperación angustiosa, mezclado con una sensación de impotencia, todo eso causado por mi esterilidad de ese momento. Y acudí a ti con lágrimas en mis ojos a suplicarte que me ayudaras con ese problema, porque era tan profunda mi tristeza, que hasta deseaba la muerte. Yo solo deseaba escuchar de ti palabras de consuelo que calmasen mi angustia desesperante. Y lo que hiciste fue enojarte y tratarme como si fuese estúpida, porque en lugar de consolarme con muestras de amor, te enojaste y me dijiste que tú no eras Dios. «Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios que te impidió el fruto de tu vientre»? (Génesis 30:2).
Jacob: pero Raquelita.
Raquel: Nada de Raquelita, estoy de acuerdo con Lea, en que no debemos arriesgarnos y acompañarte en tu loca aventura.
Amable lector, afortunadamente para Jacob, él no tuvo que enfrentar una situación tan difícil, penosa, dolorosa y conflictiva como esa, debido a dos motivos: 1) porque sencillamente eso no ocurrió, sino que es tan solo fruto de la imaginación fantástica y alocada de quien esto escribe. 2) Que ellas apoyaron a su marido, porque siempre será muy fácil respaldar la decisión o planes de una persona que sea muy rica, como lo era Jacob en ese momento.
El autor es psiquiatra y general (R) del Ejército