Por: Fernando Rodríguez
A mis 75 años creí estar preparado mental y espiritualmente para cualquier tragedia, pero hay acontecimientos, como la muerte de un hijo, tan desgarradores que solo quienes hayan pasado por ese trance, pueden entender, porque por ley natural, los hijos están destinados a enterrar a sus progenitores, no lo contrario.
Ante la muerte, la tendencia humana es la magnificación de las cualidades del fallecido, pero juro ante Dios, que mi primogénita Vianny, fue desde niña, un rayo de luz y amor que sacó lo mejor de quienes les rodeaban y prueba de ello es, la gran cantidad de personas que nos han visitado o llamado para ponderar las cualidades de mi hija y expresar solidaridad.
Testimonios vivientes son también, sus cuatro hijos a quienes crió y educó tan correctamente que hoy son orgullo de la familia. Dedicó su juventud a la educación en Minnesota (E.E. U.U.) y la mayor muestra de lo que sembró es la peregrinación, a lo que fue su hogar, de sus compañeros de trabajo y padres agradecidos que resaltan las virtudes de una madre ida a los 55 años a consecuencia de un coágulo sanguíneo producto de una cirugía estética menor.
Vivirá por siempre en nuestros corazones hija del alma.
E.P.D.