Por: Oscar López Reyes
Los políticos son bondadosos, inquietos y solidarios; se ganan el aprecio y el respeto de sus prosélitos y, con buenas pautas, establecen excelentes relaciones, viajan, visitan palacios y gozan de privilegios y distinciones, elevando así su estatus social.
Otros despliegan todo tipo de pericias y exhiben sus ponzoñas inmundas para apaciguar a sus parciales y fulminar a sus contrincantes, bromean a suerte de demagogia consciente y amasan fortuna deshonestamente. Por eso a la política se le tiene como una actividad sucia, infame y despreciable.
Sin asuntar los resultados del debate radiotelevisivo del miércoles 24 de abril de 2024 y desechando procederes que denigran, la política se presenta como una actividad dignificante, a través de la cual se pueden hacer extraordinarias contribuciones a la Nación, emulando a los libertadores y a otros hombres prominentes. Merece que ustedes se integren a ella con decoro.
El padre de la patria, Juan Pablo Duarte, se forjó temprano un buen criterio de ella, al señalar que “la política no es una especulación; es la ciencia más pura y la más digna, después de la filosofía de ocupar las inteligencias nobles”.
El 19 de mayo, los dominicanos escogerán a un nuevo presidente de la República, y con tiempo les recomendamos reflexionar en torno a la honestidad, visión, alta responsabilidad y capacidad para manejar crisis de quien deberá preferir para asumir esa alta función pública.
Pero, ¿por qué votan los dominicanos?
Los dominicanos llevan la política en la sangre y más o menos el 70% de los inscritos en el Registro Electoral acude a votar, a sabiendas de que muchas de las promesas de los candidatos presidenciales no serán cumplidas, por razones que entienden perfectamente.
Los ciudadanos llegan hasta las urnas por su alto nivel de conciencia, adquirida sobre la necesidad de fortalecer la democracia, y con la esperanza de que el presidente de la República electo ejecute -o prosiga implementando- proyectos novedosos y mejore mínimamente las condiciones de vida.
Consciente de que el flagelo de la corrupción es un cáncer, preferirán el que la enfrente con gallardía y sinceridad, y también ejercerá la acción cívica por el deseo de conseguir un empleo y de que sea reducida la magnitud de la hereditaria crisis económico-financiera.
Igualmente, muchos hombres y mujeres sufragan porque se sienten importantes y supervalorados por el fuerte estímulo y condicionamiento subliminal de los partidos políticos y las campañas educativas de la Junta Central Electoral.
En esencia, más que por los programas de gobierno o las promesas sueltas, demasiados son los que encaminan sus pasos hacia una caseta porque sienten el orgullo de ser decisivos en la elección del presidente, vicepresidente y otros gobernantes. El ego sí funciona, y decide.
Ahora, ¿por qué se vota por un candidato?
Innumerables son los fundamentos que el domingo 19 de mayo inducirán a votar por uno de los candidatos presidenciales, y estos pueden ser macrosociológicos reales e irracionales o triviales, en función de la formación social y psicológica del elector.
Un altísimo número vota por razones colectivas y atributos del aspirante, así como por la perceptividad política, estética y simbólica, como son pertenecer al partido del candidato o le simpatiza su figura física, el tono de su voz o sus expresiones faciales.
Otros lo prefieren porque son amigos de allegados del postulante, por la madurez o la juventud de este, su honestidad y amabilidad; por sus gestos pausados y aire sosegado, por sus bigotes, barbas, lentes, su peinado, su forma de vestir o su estilo de mirar, sonreír o hablar.
Igualmente, marcan al candidato por ser conservador, moderado o tradicional, dinámico o vigoroso; por sus iniciativas, talento y experiencia, porque le parece que solucionará los problemas de la Nación, por su integración a la vida familiar y religiosa, por la convicción de sus planteamientos o porque le luce que va a ganar.
Estos y otros muchos argumentos son los que determinan por quién votará una persona. Y, siendo así, ¿por quién va usted a votar y cuáles de estos motivos le impulsan a favorecer a ese candidato? Y ¿por quién nosotros preferimos votar? Jamás, ya en la caseta con las boletas en las manos, las echaré por ningún gesto pausado, aire sosegado, bigotes, barbas, lentes, peinado, estilo de vestir, sonrisa, retórica ni porque me caiga bien. Ahí es donde está el gancho.
Con libre albedrío seleccionaremos al candidato presidencial que ha demostrado más firmeza, gallardía y sinceridad en la protección de la defensa de la soberanía nacional y la intrincada contienda contra la corrupción. Si -lejos de la predisposición de orar en el funeral por el responso del difunto- el dictamen de este servidor será por la honestidad y por quien genere más confianza de enrumbar a la Nación por el peldaño de la estabilidad económico-financiera.