Mary Leisy Hernández
Caminar por Berlín es recordar miles de historias contadas en la escuela, en el teatro, en libros. Es volver a presenciar las escenas de cientos de películas sobre el holocausto, de numerosos reportajes sobre la guerra fría.
En mi caso, viví aún con más fuerza las emociones que sentí cuando por primera vez vi “el niño de la pijama de rallas” y “La vida de los otros”. Me despertó interés por ver nueva vez “La lista de schindler” y otras producciones que retratan hechos y emociones vividas en la Segunda Guerra Mundial.
Estar en Berlín fue entender mejor al prisionero Viktor Frank y la teoría motivacional que desarrolló como psiquiatra. Con diferentes escenas, sentí que volví a leer el diario del encierro de Ana Frank y reconozco aún más la resiliencia de esta chiquita que en sus momentos de absoluto encierro se puso a escribir. Vacacionar en Berlín sensibiliza.
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Nos ponemos reflexivos en medio del disfrute, de paseos en barco por sus ríos, visitas o caminatas por sus calles. Cada memorial o espacio nos invita a rechazar los demonios que llevaba dentro Hitler, a reconocer la sensibilidad de alemanes que protegían a judíos y motiva a conocer sobre todas las grandes y pequeñas situaciones que se vivió en esta guerra que mató a millones de seres humanos.
Visitar lo que queda del muro de la muerte es volver a escuchar los gritos de poetas y cantores en contra de este absurdo proyecto de post guerra. Ver las obras de arte del muro de Berlín es ver la transformación de división a coloridos mensajes de integración. Es el no a los intereses de grandes potencias. En fin, estar en Berlín despierta muchas emociones. Es ver de cerca las huellas de un pasado que todos queremos que sea irrepetible.