Por Juan Santana
Sí, es verdad, hoy siento olor a viejo, pero no a las cosas viejas, desechables o inservibles.
Hoy siento el olor de aquellos recuerdos y consejos de mis viejos ya idos. Sus llamadas a la atención para que caminara firme, recto, erguido; para que tuviera propósitos en la vida.
Hoy siento el olor de sus miradas, llenas de comprensión y de compasión cuando regresaba a casa de la escuela o del trabajo; cansado y con hambre.
Ahora, percibo y siento el olor de esa palmada en el hombro, con aquellas palabras que me aseguraban que todo estaría bien y que no debía preocuparme, cuando la turbulencia de una tormenta de la vida se aproximaba, con todas posibilidades de convertirse en huracán.
Ahora mismo recuerdo aquellas manos arrugadas pero firmes, que tantas y tantas veces me ayudaron a levantarme o, en cambio, en el mejor de los casos a sostenerme para no dejarme caer.
Recuerdo las miradas vivarachas de mis viejos, que sin decirme nada, me lo contaban todo… Y es que yo hoy, también tengo olor de viejo la mirada y en los recuerdos que ahora se convierten en valores intangibles. Y los atesoro y los guardo. Y comparto estos olores de viejos, solo con quien los valora: como cada uno de ustedes que ahora terminan de leer estas líneas, con una sonrisa tímida en sus labios y una tierna mirada de viejos…